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Día 46 de la segunda parte de 125 Días Frontera Chile-Patagonia.

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DÍA 45

Mientras seguía divertida hablando y contando todas las intimidades de mi patria, creyéndome el ser más importante del mundo, que estaba siendo entrevistada por personas tan amigables y que cada vez querían saber más, vi a lo lejos el rostro de Kirk transformándose al escuchar mis palabras cuando conté que habíamos hecho autostop desde Iquique hasta Santiago como si hubiera sido la gran proeza. Ese sí fue su peor rostro. Dentro de ese mundo en el que él se movía, lo más bajo que un ser podía hacer, era montarse en camiones para viajar sin pagar. Yo veía que Kirk quería degollarme disimuladamente, pero tuvo la sonrisa metódica durante todo el tiempo en que me hicieron sentir como una estrella de la televisión con la gran audiencia de un grupo de chicos norteamericanos ingenuos frente a la realidad de mi vida y de mi país.

Me miraban como si yo fuera un especimen extraño, que no encajaba dentro de los estereotipos que ellos manejaban, sin embargo, me sonreían todo el tiempo, me hacían creer que yo les caía muy bien.

Después de un rato, apareció por la puerta, el mejor amigo de Kirk en Santiago, llamado Everette. Él era alto, gordo y negro, tenía el cabello largo muy ondulado. Se veía con un buen corazón.

Las chicas también me hacián bastantes preguntas, sobre los indigentes en las calles de Bogotá, tenían un artículo sobre eso, que habían estudiado precisamente la semana anterior.

Después de una hora y media de preguntas y respuestas, se acabó la clase que incluía la supuesta pequeña entrevista que me habían hecho. Recogí mi morral en la oficina de administración; Kirk y Everette se comportaron como si nada hubiera pasado. Ya había borrado de su rostro la sonrisa metódica, la vergüenza había terminado por fin.

Cuando nos sentamos en frente de la entrada de la universidad, comenzaron a salir los compañeros de ellos. Miré a una de las chicas, para sonreírle, pues ellos me habían hecho sentir como si yo fuera su amiga; pero desafortunadamente la única que se lo había creído había sido yo; me miró como si fuera algo menos que un átomo metido dentro del estiércol de una vaca. Aunque no fue solo ella, también estaba acompañada de otra mutante que realizó la misma operación, acabando de rematar el cuadro, con la mirada igual de despreciativa del mormón millonario que salía detrás de ellas.

Esas acciones me dolieron en lo más profundo de mi corazón especialmente porque chocaban de frente con mi cultura latina. No estaba acostumbrada a ese modo de vida de los norteaméricanos en sus entrevistas. Mi dolor procedía de esa falta de conocimiento por ser extranjera y estar compartiendo con un mundo desconocido. Es parte de lo que los viajeros experimentan cuando van a recorrer el mundo. El escritor G. K. Chesterton en su viaje a Norteamérica experimentó situaciones similares a las que yo había vivido con aquellos jóvenes. Él dice que los extranjeros vamos por el mundo mirando las excentricidades de los países que visitamos pero que generalmente no miramos nuestras propias excentricidades que podrían proporcionarnos un equilibrio en nuestros juicios. También fue entrevistado y se quejó de lo mismo. Dice que el norteamericano tiene la capacidad de ser muy amigable cuando entrevista y que luego desaparece fácilmente como si nada hubiera pasado. Y contrario a eso, él asegura que los ingleses no son capaces de ser tan amigables porque posiblemente no podrían desconectarse del entrevistado tan fácilmente. A esto se refiere en sus escritos: “Generalmente tengo la impresión de que el viajero nunca logra entender el país extraño, […] Ahora bien, normalmente el extranjero ve la característica que le resulta fantástica sin ser capaz de advertir la característica que le sirve de equilibrio. […] El inglés que está cenando en un hotel de los bulevares considera excéntricos a los franceses por no querer abrir una ventana. En cambio, no considera excéntricos a los ingleses por no querer sacar sus sillas y mesas a la calle de Ludgate Circus. El inglés va, lo mismo por pequeñas aldeas suizas o italianas que por montañas agrestes o islas remotas, pidiendo té en todas partes […] Pero la cuestión no es sólo que pida aquello que no puede esperar que le ofrezcan, sino que ignora incluso aquello que le ofrecen. […]

Así ocurre con ese ejemplo manido del periodista americano. Ciertamente los entrevistadores americanos muestran excelentes modales para los propósitos de su profesión, […] E incluso puede decirse en realidad que lo que suele llamarse su método del empujón tiene ventajas y desventajas, pues si llega a empujones, también se marcha a empujones. Puede que a primera vista no parezca el más cálido cumplido que pueda dedicarse a un caballero, felicitarle por su rapidez en desaparecer. […] Para un inglés sería mucho más difícil ir directamente a la cuestión, […] Nuestro temperamento nacional hallaría decididamente más difícil desconectar una vez que hubiera establecido la conexión. Y posiblemente esa sea la razón por la que nuestro temperamento nacional no establece conexiones. Sospecho que la verdadera razón por la que el inglés no habla es que, si empieza, no puede dejar de hablar. […]

Sea como fuere, obviamente hay una ventaja práctica en la facilidad con que el americano sabe revolotear de flor en flor. En cierto sentido, puede imponernos su familiaridad en el trato, pero no imponerse a nosotros. […] Quizá disguste a algunas sensibilidades que un completo extraño nos hable como si fuera un amigo, […] No hay nada que ni siquiera un inglés de sensibilidad extrema pudiera considerar de carácter privado, pues las preguntas son, por lo general, de índole absolutamente pública y están tratadas con espíritu no menos público. Pero mi única razón para decir aquí lo que puede decirse incluso de las peores excepciones es señalar este principio general y que pasamos por alto: aquello de lo que nos quejamos en un extranjero lleva consigo su propio remedio extranjero. La entrevista americana es generalmente bastante razonable y siempre rápida. […] En esto, como en tantas cosas, no habría ningún mal en que cristicásemos a los extranjeros si al menos también fuéramos capaces de autocrítica.” [1]

Aquello que me hirió tanto, fue que, debido a mi cultura latina, donde sonreímos bastante y somos amigables, no podía entender como hacían para ser tan amistosos y luego mirarme con desprecio. Yo veía la excentricidad de ellos en ese sentido, pero como dice Chesterton, no podía ver el exceso de amabilidad de las personas de mi patria. Una amabilidad que raya en la intromisión y muchas veces en el descaro tropical. Ver nuestro problema como país equilibra el juicio sobre la excentricidad de ellos, que elaboré en mi mente, al sentirme rechazada e ignorada tan fácilmente.

Revisando la Palabra de Dios en ese sentido, reconocí de nuevo, que los seres humanos nos parecemos a lo largo de la historia. Por ejemplo, el apóstol Pablo que fue un extranjero incansable en muchas partes de Europa y Asia Menor, fue uno de los que vivió en carne propia el trato de entrevistadores de su fe. Se sentía exasperado por la idolatría que vio por todas partes.  Primero lo llevaron al Areópago en Atenas y allí comenzaron a entrevistarle acerca de lo que establa hablando y que ellos no entendían. Fueron amigables y escucharon su discurso hasta el momento en que habló sobre la resurrección. Según la traducción parece que amablemente también le dijeron que no siguiera hablando y que tal vez más adelante lo volverían a escuchar. En la Biblia hay una nota escrita por Lucas que habla sobre esa conducta al parecer típica de las personas que estaban allí, de escuchar las novedades con mucha avidez. Tal vez para Pablo fue excéntrico y para Lucas también, porque quedó consignado como característica de esa nación. Lo importante es que Pablo no se puso triste, ni se sintió rechazado cuando descucbrió que era lo usual en Atenas. Simplemente aquello que le parecía excéntrico en la cultura lo utilizó para evangelizar, y lo más importante fue que su espíritu siguió adelante sin que el rechazo lo abatiera. Y gracias a ello algunas personas se convitieron al cristianismo.  El evangelista Lucas narra lo siguiente en el libro de Hechos de los apóstoles: “Mientras esperaba en Atenas a Silas y a Timoteo, Pablo se sentía exasperado al ver la ciudad sumida en la idolatría. […] También entraron en contacto con él algunos filósofos epicúreos y estoicos. Unos preguntaban: – ¿Qué podrá decir este charlatán? […] Así que, sin más miramientos, lo llevaron al Areópago y le preguntaron: – ¿Puede saberse qué nueva doctrina es esta que enseñas? Pues nos estás martilleando los oídos con extrañas ideas y queremos saber qué significa todo esto. (Téngase en cuenta que todos los atenienses, y también los residentes extranjeros, no se ocupaban más que de charlar sobre las últimas novedades). […]

Cuando oyeron hablar de resurrección de muertos, unos lo tomaron a burla. Y otros dijeron: – ¡Ya nos hablarás de ese tema en otra ocasión! Así que Pablo abandonó la reunión. Sin embargo, hubo quienes se unieron a él y abrazaron la fe; entre ellos, Dionisio, que era miembro del Areópago; una mujer llamada Dámaris y algunos otros. [2]

Si tenemos la oportunidad de ser extranjeros ¿podremos lidiar con las excentricidades de otras naciones dejando pasar lo que no entendemos? ¿Tendremos la capacidad de mirar lo que no está bien de nuestro país para hacer un equilibrio?

[1] G. K. Chesterton (2009). Lo que vi en América. Editorial Renacimiento. España. pp. 66-69, 90.

[2] Hechos 17:16-21; 32-34 La Palabra (Hispanoamérica).

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