Eso fue precisamente lo que escribió G. K. Chesterton en su libro Lo que vi en América. Reconocer esta realidad de corazón, es muy perturbador, pero es cierto. Y desde luego es cierto porque cuando lo leemos nos deja tristes. Eso experimenté con mi mejor amiga cuando lo leyó también.
Tuvo que reconocer que en la mayoría de las ocasiones ella hablaba de una manera inflexible en los asuntos de su familia. Era de tipo Déspota.
Cuando escribí el libro Las Mujeres Son Malas, Los Hombres Son Buenos Por Naturaleza, también me invadía esa misma tristeza al descubrir que no podía portarme de la misma forma que mi esposo y no entendía su bondad en tantas situaciones. Entre más lo observaba más reconocía que esas acciones buenas que hacía, yo las hubiera manejado de una manera más perversa.
Tenemos el poder en nuestra familia, tal vez nuestros hijos y nuestro esposo nos obedecen para no discutir o por miedo. Ese es el poder que Chesterton vio a comienzos de siglo y se dio cuenta que más poder sobre ese poder iba a ser demencial. Y eso es precisamente lo vemos en nuestros trabajos, el poder femenino Demencial. No estaba equivocado. Fue muy visionario en sus apreciaciones.
El texto de Chesterton es el siguiente: “Circula una especie de historia bastarda según la cual las mujeres han ocupado siempre el lugar del esclavo. Pero sería mucho más exacto decir que las mujeres han ocupado siempre el lugar del déspota. Y han sido despóticas porque han gobernado en un área donde contaban con demasiado sentido común como para intentar ser constitucionales. No es posible reconocer una constitución en una guardería infantil, y los niños no pueden reunirse en asamblea como si fueran barones para obtener por la fuerza una Carta Magna. El pequeño Tommy no puede alegar un Habeas Corpus en contra de irse a la cama, y ningún niño puede ser juzgado por otros doce niños para ser castigado al rincón. Así, pues, dado que no pueden existir leyes o libertades en la habitación de los niños, la expansión del feminismo implica que en un estado no habría más leyes ni libertades que en una guardería. La mujer no trata en realidad a los hombres como a ciudadanos; simplemente los trata como a niños. Si es una mujer humanitaria, podrá amar a toda la humanidad, pero no respetarla. Y aún menos respetaría su voto. Aunque un hombre puede estar tan ciego hoy en día como para no ver que existe el peligro de una especie de ciencia amateur o pseudo-ciencia convertida en la excusa perfecta para toda clase de artimañas de la tiranía y la intervención. […] dicho de otro modo, se trata del peligro de convertir al policía en una especie de ladrón benevolente. […]
Pero protestar contra la intervención de la mujer en el hogar sonará siempre como a quejarse de que la ostra sea una intrusa en su concha. Y quejarse de que ejerza demasiado poder sobre la educación parecerá lo mismo que quejarse de que la gallina tenga demasiado que ver con los huevos. Ya se le ha otorgado un poder casi irresponsable sobre una región limitada de estos asuntos; y si ese poder llega a hacerse ilimitado será aún más irresponsable. Si añade a su propio poder en la familia todas esas extrañas modas externas a la familia, su poder ya no sólo será irresponsable sino demencial. Se convertirá en algo que bien podríamos llamar la pesadilla de la habitación de los niños; se convertirá en una madre loca. Pero la cuestión es que enloquecerá asimismo en otras guarderías distintas de la suya o, seguramente en su lugar.”[1]
Un paso interesante y que he podido comprobar es entender nuestra condición de déspotas femeninas, pero no puedo evitarlo. Cuando me doy cuenta estoy ejerciendo mi poder y siempre quiero más. Creo que es necesario disminuir a propósito nuestra tendencia a que los demás hagan lo que queremos. Ese es el comienzo para que la vida de los que nos rodean sea más divertida y tranquila.
[1] G. K. CHESTERTON. LO QUE VI EN AMERICA. EDITORIAL RENACIMIENTO, ESPAÑA. PÁG. 195-197.