
Confíe en los santos cuando dicen que ellos –incluso ellos- son malos; están declarando la verdad con exactitud científica. C. S. Lewis
Finalmente, me di cuenta que estaban tan aburridos, luego de que Robert estuvo en tanto peligro desmontando esa ruta de escalada en roca, que le dije a Jaime que ya nos teníamos que ir. En ese momento, por fin me di cuenta de las consecuencias de haber manipulado la situación. Ellos no querían ni mirarme, se veían muy, pero muy molestos conmigo, especialmente Robert. Comencé a sentirme como víctima, por las miradas de odio de él. Mi mente me hacía sentir que cometía una injusticia conmigo al tratarme así, porque no había hecho nada malo. Cuando estaba teniendo un poco de conciencia de lo mal que me había comportado, llegó preciso a mi mente el sentimiento de autoconmiseración. Una herramienta muy efectiva para desviar la atención que estaba puesta en mí misma, hacia el comportamiento y la mirada acusadora de Robert.
Pero a eso no se le podía poner pañitos de agua tibia. Lo peor ya había sucedido. Había actuado mal, pero no lo quería reconocer. Nadie mejor que C. S. Lewis para poner en contexto esas miradas al interior de mi propia vida, al haberme hecho la sufrida. Él sabía que un verdadero santo no necesita mirarse interiormente con tristeza y autocompasión. Un verdadero santo sabe, a ciencia cierta, lo que tiene por dentro. Él indicó: “Mi intención ha sido producir un efecto intelectual y no emocional: he estado tratando de hacer que el lector crea que efectivamente somos en ese momento criaturas cuya personalidad en ciertos aspectos debe ser un horror para Dios, tal como es un horror para nosotros mismos cuando la vemos verdaderamente. Creo que este es un hecho y me doy cuenta de que cuanto más santo es un hombre, tanto más consciente está de ello. Quizá usted se haya imaginado que esta humildad de los santos es una ilusión piadosa que hace sonreír a Dios. Ese es un error muy peligroso. Es peligroso en la práctica, porque incentiva al hombre a confundir su lucidez inicial respecto a su propia corrupción con los comienzos de una aureola alrededor de su cabecita. No cometa tal error, confíe en los santos cuando dicen que ellos – incluso ellos- son malos; están declarando la verdad con exactitud científica.”
La palabra bueno y la palabra malo, han sido estudiadas a lo largo de la historia por múltiples pensadores y filósofos. Alrededor del bien y del mal, y de las acciones que de ellas emergen, han existido muchas discusiones para tratar de entender cuál es su origen y hacia dónde conducen. Lo cierto es que dentro del cristianismo, Jesucristo nos aclaró, sin lugar a dudas, la verdad más absoluta. Esta verdad termina con discusiones eternas al respecto. No existe ningún hombre bueno. Sólo Dios lo es: “Cierto dirigente le preguntó: Maestro bueno ¿qué tengo que hacer para heredar la vida eterna? ¿Por qué me llamas bueno? – Respondió Jesús-. Nadie es bueno sino solo Dios.”
Confíe en los santos cuando dicen que ellos –incluso ellos- son malos; están declarando la verdad con exactitud científica.
C. S. Lewis
¿Utilizamos la autocompasión para echarle la culpa a los demás de nuestras “desgracias”, y no miramos nuestro interior para reconocer las acciones malas que hemos hecho?