Uno de los mayores deseos del hombre en general, es dominar el mundo. Hasta lo vemos en los programas de televisión para niños. El más malvado generalmente quiere “apoderarse del planeta”.
En el momento existe una manera sencilla de lograrlo y es estableciendo un discurso que suene muy bien para que todos actuemos de la misma forma. Las feministas vienen haciendo este trabajo desde hace muchos años. Y han ganado mucho terreno.
Como escribe G. K. Chesterton, los hombres de cualquier comunidad son extraordinariamente convencionales, mientras que las mujeres a lo largo de la historia hemos actuado de forma individual. Hemos estado en contra de muchos convencionalismos y eso se puede ver perfectamente con observación directa.
Pero ahora ellas desean no tener un matrimonio, no tener hijos, que nadie los tenga, y van metiendo esas ideas como “superiores” en la mente de las personas jóvenes que son más proclives a dejarse llevar por lo valores del momento. Nos quieren volver convencionales con sus ideas.
Se oponen a que los hombres sean caballerosos, para que se comporten iguales a ellas. No se dejan invitar porque también quieren que los hombres sean iguales a ellas en los gastos. Comportándose así nos quieren uniformados, convencionales.
Sin hablar de la forma en que buscan que los hombres nieguen su agresividad tratando de obstruirla, descalificándola cuando juegan de manera violenta en video juegos. También quieren que sean como las mujeres, que no nos interesan las armas.
Las más obtusas inventan turismo para mujeres únicamente porque dicen que lo abrirán a los hombres cuando “se aprendan a comportar” es decir, cuando los hombres sean iguales a ellas. Como no pueden soportar las diferencias individuales de los sexos, entonces mejor se aíslan.
Los hombres se sienten amedrantados porque no han cambiado a lo largo de la historia y no pueden creer que en su interior sigan teniendo el deseo de tener un hogar histórico. Pero ese deseo lo acallan las feministas para que también en eso, ellos piensen como ellas.
Chesterton lo tenía identificado hace muchos años, cuando apenas comenzaba esta pesadilla en la que estamos metidos. Por eso escribió, cuando estuvo analizando el “gregarismo norteamericano”, una crítica igual de importante, al gregarismo que en el fondo desean las mujeres con las mujeres y con los hombres al mismo tiempo: “… Y nadie que me conozca creerá que me burlo de forma encubierta de la igualdad de los ciudadanos. […] creo que existe cierto peligro en el gregarismo de la sociedad americana. El peligro de que la democracia no es la anarquía, sino, como he dicho, la convención. Y en esto mi experiencia ha reafirmado mi convicción de que gran parte de lo que llamamos emancipación femenina no ha sido más que, sencillamente, una reafirmación de la convencionalidad femenina. Los varones de cualquier comunidad son extraordinariamente convencionales; fueron las mujeres quienes siempre actuaron de forma individual y criticaron los convencionalismos de la tribu. Pero si las mujeres también se volvieran convencionales, la individualidad correría peligro de desaparición. Esto no es, desde luego, algo exclusivo de América; es común a todo el moderno mundo industrial y a todo lo que sustituye por la atmósfera impersonal del estado la atmósfera personal del hogar. Pero en América se ve intensificado por la curiosa contradicción de que los americanos teóricamente valoran e incluso veneran al individuo. Pero el individualismo es justamente lo opuesto a la individualidad. Allá donde los hombres intentan competir entre sí están tratando de copiarse unos a otros. Acaban estandarizados según el propio estándar del yo. La personalidad, al convertirse en un ideal consciente, se convierte en un ideal común.” [1]
Las feministas compiten con los hombres, pero lo único que buscan es que ellos dejen de ser hombres y terminen comportándose como las mujeres. Nos quieren a todos estandarizados con el yo femenino.
Necesitamos desechar el convencionalismo, y no podemos permitir que nos amedranten con ideas “modernas” para volvernos a todos iguales.
Es hora de permitirnos de nuevo la individualidad en cuanto a lo que queremos, así no encaje en la actualidad el deseo de formar un hogar histórico por ejemplo. Esto no está mal. Las diferencias son muy importantes y no tenemos por qué tenerles miedo al intentar dirimirlas.
[1] G. K. Chesterton (2009). Lo que vi en América. Editorial Renacimiento. España. pp. 312.