
DÍA 84
Al mirar esa puerta de lata blanca con partes oxidadas de color café, en medio de la noche fría y silenciosa por la hora, le volví a preguntar al conductor de manera incrédula si en ese lugar era donde funcionaba el Hogar de Cristo; de nuevo me respondió que si, inclusive las dos personas que se habían subido, también me dijeron lo mismo. Bajé del carro, y el conductor me mostró dónde quedaba el timbre. Cuando el taxi arrancó, me sentí completamente desolada, no sabía si me iban a abrir la puerta, se estaban demorando demasiado. En medio de súplicas le pedí a Dios que no me dejara quedar sola en ese lugar, que moviera todas las cosas imposibles para que pudiera entrar sin problemas.
Seguí timbrando y timbrando mientras pasaban segundos eternos, hasta que un hombre respondió por un citófono. Le dije que venía de viaje y que no tenía dinero suficiente para quedarme en un hotel, entonces que necesitaba quedarme ahí, que por favor me dejara entrar.
Me dijo que ese Hogar de Cristo únicamente recibía hombres y que no me podía aceptar. Sentí un dolor de estómago terrible, el tiempo se detuvo y la desesperación me invadió por completo. No podía dejar de temblar por dentro y de imaginarme por segundos qué iba a hacer. Simplemente no tenía salida clara, todo estaba oscuro a mi alrededor y en mi espíritu. Y aunque no soy un animal se supone que debería alegrarme por sentir el temblor y la eternidad del tiempo del sufrimiento causado por la desesperación. Según Kierkegaard, la desesperación existe porque tenemos espíritu y con ella acampando en nuestra vida, podemos ver la eternidad en pocos segundos, minutos o tal vez en un tiempo largo. Si no tuviéramos espíritu simplemente no la sentiríamos. Pero no sentirla también es una ventaja inconfundible para los que creemos en Dios. Soren Kierkegaard escribió: “¿Es la desesperación una ventaja o un defecto? En un sentido puramente dialéctico es ambas cosas. Si nos aferráramos a la idea abstracta de la desesperación, sin pensar concretamente en ningún desesperado, de seguro que tendríamos que decir que la desesperación es una ventaja enorme. La posibilidad de esta enfermedad es la ventaja del hombre sobre el bruto, ventaja que nos caracteriza infinitamente más que la de andar verticalmente, ya que ella significa la infinita verticalidad o elevación que nos compete por el hecho de ser espíritu. […] caer en la cuenta de esta enfermedad es la ventaja del cristiano sobre el hombre natural; y estar curado de esta enfermedad es la felicidad del cristiano.
Por tanto, poder desesperar es una ventaja infinita; y, sin embargo, estar desesperado no solamente es la mayor desgracia y miseria, sino la perdición misma. […]
Y del hombre desesperdo se puede afirmar que, en cada uno de los momentos de su desesperación duradera, la “está atrapando”. En este caso, el tiempo presente queda siempre como volatilizado en relación con la realidad situada ya en el pasado, y en cada uno de los instantes reales de la desesperación tiene el desesperado que portar como algo presente todo lo que haya podido acontecer en el pasado. Esto se debe a que la desesperación es una categoría propia del espíritu, y en cuanto tal relativa a lo eterno en el hombre. Ahora bien, el hombre no puede liberarse de lo eterno; no, no podrá por toda la eternidad. No, el hombre no podrá una vez por todas arrojar lo eterno lejos de sí; nada hay más imposible. Siempre que el hombre está sin lo eterno es porque lo ha rechazado o lo está rechazando todo lo lejos que puede…, pero lo eterno vuelve a cada instante; y esto significa que el desesperado está atrapando a cada instante la desesperación. […] Y un hombre no puede deshacerse de esta autorrelación; esto le sería tan imposible como deshacerse de su propio yo” [1]
Cuando Kierkegaard se refiere a que nosotros como cristianos nos diferenciamos del hombre natural porque reconocemos la desesperación, y al mismo tiempo podemos estar tranquilos sin desesperarnos, está asegurando las palabras que Jesús reveló y que quedaron escritas en el evangelio de Mateo, las cuales expresan la calma que podemos encontrar al entregarle ese sentimiento a Jesús. Él nos invita a descansar en Él. Así lo evidenció el evangelista: “A los que estaban allí les dijo: “Mi Padre me ha dado todo, y es el único que me conoce, porque soy su Hijo. Nadie conoce a mi Padre tan bien como yo. Por eso quiero hablarles a otros acerca de mi Padre, para que ellos también puedan conocerlo.
Ustedes viven siempre angustiados y preocupados. Vengan a mí, y yo los haré descansar. Obedezcan mis mandamientos y aprendan de mí, pues yo soy paciente y humilde de verdad. Conmigo podrán descansar.” [2]
¿Cómo es nuestra relación con la desesperación? ¿Se la entregamos a Jesús o queremos acabar con ella por nuestros propios medios?
[1]Soren Kierkegaard (1984). La enfermedad mortal o de la desesperación y el pecado. Editoril Sarpe, S. A. Madrid, España. pp. 39-42.
[2]Mateo 11:27-29 TLA (Traducción en lenguaje actual)