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Cómo mantener las relaciones en el núcleo familiar en tiempos de aislamiento social. Día 31 de «125 Días»

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Museo de Louvre. París, Francia.

Pero siempre que hacemos un bien por otro, simplemente porque es un individuo hecho (como nosotros) por Dios, y deseando su felicidad tal como deseamos la nuestra, habremos aprendido a amar un poquito más o por último a rechazar menos.

C. S. Lewis

Cuando llegué a la habitación, después de hablar con Jaime para la venta de los pies de gato -finalmente no pude vender nada- me di cuenta que Robert seguía leyendo y escuchando música mientras Brian dormía. Eran momentos muy desesperantes para mí, pues lo único que quería era evolucionar, salir a hacer algo. Comencé a arreglar mi morralote, para no perder tanto tiempo; Robert hizo lo mismo, ya que había entrado en desesperación también. Después de todo el ruido que hicimos, Brian se levantó, por fin. Ya era casi el medio día. Estaba preocupada porque era mejor salir en la mañana a hacer auto stop, que en la tarde.

Preparamos algo de desayuno, y luego nos fuimos a tomar un bus que nos dejaría en las afueras del pueblo que seguía después de Quito. Allí nos paramos durante un tiempo, hasta que paró un señor, en una camioneta con platón. Brian y Robert estaban muy contentos, al igual que yo; definitivamente era una buena forma de viajar. Ellos casi siempre vivían de acuerdo, pues se habían conocido de toda la vida.

Llegamos hasta Ambato. Allí la gente nos decía que no fuéramos hasta el pueblo llamado Baños, porque de pronto explotaba el volcán, que habían puesto en alerta amarilla. Ellos querían escalar el volcán, y yo sólo encontrar los escaladores que vivían allá. Tomamos definitivamente el bus hacia Baños, aunque sentíamos un poco de miedo, especialmente en el momento en que vimos la fumarola en frente nuestro y de manera real.

Cuando entramos al pueblo todo se veía normal. Era un pueblo triste; se notaba que las cosas no estaban como antes; los precios habían bajado, y eso iba en beneficio nuestro, pues todo nos saldría más económico.

Averiguamos un hotel en frente de la plaza; ya era muy tarde, y no podíamos buscar la dirección que Jaime nos había dado de uno recomendado. La chica nos dio un buen precio por la habitación para los tres, y además tenía baño privado.

En el momento que ellos se fueron, aproveché, como toda una latinoamericana con «malicia indígena”, y le propuse a la chica que hiciéramos un trueque. Le plantee darle algo de lo que estaba vendiendo, es decir, que escogiera algún anillo o collar, a cambio del hospedaje, y ella aceptó. En ese momento hice un trato sin que los muchachos se dieran cuenta. ¿Y por qué? Porque de alguna manera era pecado. Era pecado, porque: primero, lo hice a escondidas (eso demostraba que algo no era correcto), y segundo, no quise compartir con ellos el beneficio recibido. Mi mente me decía que ese favor solo me lo merecía yo, porque no tenía dinero, y en cambio Brian y Robert tenían dólares. Pero ese no era el punto, la verdad era mi falta de caridad. Esa virtud que tiene un nombre en desuso, fue descrita correctamente por C. S. Lewis, en su contexto original. La caridad no es solo limosna, que finalmente es la degeneración de la palabra, en realidad significa amor como lo entendemos los cristianos. Así lo explica: «En primer lugar en cuanto al significado de la palabra «caridad” – «hacer una caridad” ahora significa simplemente lo que solía llamarse «limosna”, esto es dar a los pobres. Originalmente tenía un sentido mucho más amplio. (Pueden ver cómo adquirió el sentido moderno. Si un hombre tiene «caridad” dar a los pobres es una de las cosas más obvias que hace, y así la gente llegó a usar el término como si de eso se tratara toda la caridad) […] Caridad significa «amor, en el sentido cristiano”. Pero amor en el sentido cristiano, no significa una emoción. Es un estado no de los sentimientos sino de la voluntad; el estado de la voluntad que tenemos naturalmente respecto a nosotros mismos y que debemos aprender a tener respecto a otras personas. […] El que naturalmente nos guste (este «gusto” natural no es ni un pecado ni una virtud. Es simplemente un hecho. Pero, por supuesto, lo que hacemos con ello es o pecaminoso o virtuoso) o tengamos afecto por algunas personas facilita ser caritativos con ellas. […] No pierdas el tiempo preguntándote si amas a tu prójimo; actúa como si lo hicieras. Tan pronto como hacemos esto, descubrimos uno de los grandes secretos. Cuando te comportas como si amaras a alguien, pronto llegarás a amarlo. Si dañas a alguien que te disguste, te encontrarás con que te disgusta más. Si haces algo bueno por él, te encontrarás con que te disgusta menos […] Pero siempre que hacemos un bien por otro, simplemente porque es un individuo hecho (como nosotros) por Dios, y deseando su felicidad tal como deseamos la nuestra, habremos aprendido a amar un poquito más o por último a rechazar menos.” 84
Mi actitud nada tenía que ver con un comportamiento de amor cristiano. Por el contrario, me comporté como si nunca hubiera sabido de la existencia de Dios. Dejé de hacer un bien a personas que tal vez no lo merecían, -según mi punto de vista- especialmente Robert. Pero como lo dijo C. S. Lewis, esa acción hacía que cada vez me disgustara mucho más la existencia de Robert. Si hubiera hecho algo por ellos, si hubiera compartido con ellos lo que tenía, seguramente los hubiera aprendido a amar y, por lo tanto, me disgustarían menos. El apóstol Pablo, que sí tenía claro el concepto de caridad, en la época de la Iglesia primitiva, después, claro, de haber sido una persona completamente anti-caritativa antes de su conversión, cuando mandaba matar a los primeros cristianos, dejó una gran recomendación a las personas que vivían en Éfeso. Les pidió que no permitieran que su insensible corazón gobernara sus acciones. Si lo hacían de esa forma no gozarían de la vida, porque odiarían cada vez más. Aconsejó: «Esto, pues, es lo que les digo y les encargo en el nombre del Señor: que ya no vivan más como los paganos, los cuales viven de acuerdo con sus inútiles pensamientos y tienen oscurecido el entendimiento. Ellos no gozan de la vida que viene de Dios, porque son ignorantes a causa de lo insensible de su corazón.” 85
Pero siempre que hacemos un bien por otro, simplemente porque es un individuo hecho (como nosotros) por Dios, y deseando su felicidad tal como deseamos la nuestra, habremos aprendido a amar un poquito más o por último a rechazarmenos.

C. S. Lewis

¿Sabemos que si maltratamos más a la persona que no nos gusta, terminaremos queriéndola menos?

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84 C. S. Lewis (1994). Mero Cristianismo. Editorial Andrés Bello. Chile. Pág. 109
http://www.paolavelez.com

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