“Estas estadísticas de suicidio masculino no son algo característico de nuestra época, aunque su crecimiento desmesurado en los últimos años sí lo es. En el siglo XIX, también existía esta tendencia masculina a no soportar los problemas de la vida. Concepción Arenal hizo una comparación muy reveladora del tiempo en que vivió. Lo escribió para incrementar el valor de la mujer. En el tiempo actual en el cual el hombre ha dejado de tener valor personal, es importante tener en cuenta esta apreciación, para considerar con mayor compasión las emociones débiles que ellos manejan por dentro. Ella observó: “A pesar de ver a muchas mujeres con sufrimientos por no ser tomadas en cuenta, o reducidas a la miseria por la sociedad que le cierra la mayor parte de los caminos para ganar su subsistencia, escuchando el grito horrible de sus hijos hambrientos cuando no tiene pan que darles, recibiendo el bofetón ignominioso del desprecio público cuando ha sido débil, expuesta al tedio por falta de ocupación racional y útil, la mujer debía abandonarse a la desesperación con más frecuencia que el hombre y recurrir más veces al suicidio. Y, sin embargo, no era así; el ser débil soporta con mayor fortaleza una vida de dolores; lucha hasta caer herida por la mano de Dios omnipotente, y no por la suya culpable. La proporción varía de unos países a otros, pero en todos es menos el número de mujeres que se suicidan que el de los hombres.” Esa incapacidad emocional masculina de enfrentar la vida, sumada al estado actual del mundo, ha hecho que el suicidio se convierta en una salida por causa de la desesperación.»
Concepción Arenal (1989). La mujer del porvenir, la mujer de su casa. Ediciones Orbis. Barcelona, España. pp. 16-18.
Fragmento de: Paola Vélez. “Las Mujeres Son Malas, Los Hombres Son Buenos Por Naturaleza”. Apple Books. www.paolavelez.com
Todos los textos e imágenes son propiedad de Paola Vélez mientras no se diga lo contrario.
El aparato de color amarillo, seguía moviéndose de lado a lado por las calles de Santiago. De repente, entró a un lugar residencial muy elegante, allí todo se observaba ordenado y solitario. Lleno de árboles, con la sensación aire puro, los andenes bien hechos, y con el pavimento que no nos hacía saltar tanto. Kirk me habló, casi gritando, por causa del ruido que emanaba el automotor, me dijo que teníamos que bajarnos pronto. Cuando llegamos, el frente de la casa tenía una puerta en madera alta y ancha, con pequeñas ranuras, que permitían observar un poco la parte interior. En el fondo, se veía una casa pequeña y un recorrido del jardín bastante largo. Kirk tenía las llaves, pero antes de entrar, se detuvo para anunciarme algo importante. Me aseguró, seriamente, que él siempre tenía que ver con el número 13. Dijo que me fijara en el número de la entrada que era 1376, es decir, su fecha de nacimiento, el día 13 y el año 76. Recordé el número del asiento que me había correspondido en el bus de Oruro a Iquique, cuando recién nos conocimos y también era el número 13, que, por cierto, él me lo había mostrado específicamente aquel día. Me pareció curioso, pero decidí no darle trascendencia, no quería permitir la entrada de una superstición a mi vida espiritual.
Cuando entramos, observé la casa principal a mi izquierda y la pequeña en el fondo. Después de atravesar el jardín, seguimos por un pasadizo bien iluminado que permitía disfrutar de la mirada hacia las flores. Llegamos a la construcción, la cual tenía una habitación pequeña de tres metros de ancho por tres metros de largo, sin contar con el baño. Ese era el aposento de Kirk. Contenía una cama sencilla, un escritorio y unos estantes blancos de madera, donde ponía la ropa. Salió inmediatamente hacia la grande, y comenzó a llamar a mamá Orlinda. Apareció una señora de setenta años aproximadamente, de baja estatura, con el cabello corto, tinturado de negro, sus ojos también negros profundos, con cejas pobladas. Unos rasgos muy chilenos. Ella abrazó a Kirk, le dio un beso efusivo en la mejilla, se notaba que era un buen inquilino. Kirk me presentó a la señora que sonreía sin parar. Le contó por encima, que nos habíamos conocido en Oruro y que llevábamos cuatro días viajando juntos. Ella en medio de la emoción, no le puso cuidado a las cosas que decía. En cambio, siguió hablando y le aseguró que nos iba a preparar desayuno. Me sentía un poco avergonzada por la amabilidad de la señora Orlinda, pero también feliz porque estaba en un hogar, en una casa con familia.
Regresamos nuevamente a la habitación. Kirk entró al baño para alistarse, tenía que salir rápidamente hacia la universidad con el fin de estudiar Castellano. Me quedé sentada en la cama, pensando en lo que tenía qué hacer para vender los pies de gato a los escaladores chilenos. Afortunadamente tenía la dirección de un muro artificial de escalada muy famoso.
Cuando Kirk salió limpio y con el cabello mojado, le mostré la dirección, para que me ayudara a encontrarla. Afirmó que sabía por dónde, pero no exactamente. Después que me bañé, nos fuimos hacia el comedor a desayunar. Tomamos café con pan, mantequilla y mermelada, estaba muy rico, especialmente porque fue preparado por una mamá. Kirk propuso que nos fuéramos juntos en el mismo bus y que podíamos preguntarle a alguien, cuál era la calle. Las direcciones en Chile, se encontraban con el nombre y el número y no como en Colombia, que era únicamente con números de calles y carreras, sin los nombres, siendo más fácil ubicarlas sin necesidad de mapa.
Nos subimos juntos en el bus grande y amarillo, pero esta vez más tranquilos y limpios. También sonreíamos al sentirnos acompañados. Hasta ese momento nada había logrado separarnos. Su cercanía me fascinaba, mirarlo era indescriptible ya que lo veía supremamente guapo, con sus ojos azules, su cabello café claro, su estatura y figura como la del actor norteamericano Mickey Rourke joven, antes de todas las cirugías que se hizo cuando empezó a envejecer. Analizarlo era encantador.
En ese momento nuestras miradas fugaces habían cambiado. El hecho de haber sentido la posibilidad de separarnos y no haberlo hecho, hacía que esos minutos los disfrutáramos al máximo. El “eros” tal como lo explica C. S. Lewis había aparecido entre nosotros, pues nos sentíamos “enamorados” tal como lo conocemos en las películas. Lo interesante es que el apologista hace una gran diferencia y lo separa por completo de la sexualidad. A esa parte de la unión sexual, la denomina “venus”. Dice que venus llega a formar parte del eros en algún momento. Pero también informa que venus no necesariamente está acompañado de eros cuando, por ejemplo, se lleva a cabo una relación sexual ocasional. Muchos matrimonios en la antigüedad, se arreglaron como un deber o compromiso y no con eros ni venus precisamente. Este enamoramiento con venus incluido y su búsqueda desesperada, es más de la modernidad. Los matrimonios ancestrales se sostuvieron por compromiso de una promesa. Según Lewis, Dios no quiso, en su diseño original, que un matrimonio se sustentara únicamente por el sentimiento de estar “enamorado” y con venus inmiscuido, sino que se sostuviera por un acto más prosaico que es el deber, el compromiso, la promesa y no el sexo (Venus) ni el enamoramiento (Eros), que pueden llevar muchas veces al pecado o al adulterio cuando al deber o al compromiso los hacemos desaparecer. Él ha dicho, que Dios no ha querido que la distinción entre pecado y deber, dependa de sentimientos sublimes o enamoramientos pasajeros. Lewis escribió lo siguiente: “Entiendo por “eros” ese estado que llamamos “estar enamorado”; o, si se prefiere, la clase de amor “en que” los enamorados están. La sexualidad forma parte de nuestro tema sólo cuando es un ingrediente de ese complejo estado de “estar enamorado”. Que esa experiencia sexual puede producirse sin eros, sin estar enamorado, y que ese eros incluye otras cosas, además de la actividad sexual, lo doy por descontado. […] Al elemento sexual carnal o animal dentro del eros voy a llamarlo -siguiendo una antigua costumbre- venus. […] La sexualidad puede actuar sin eros o como parte del eros. […] Si todos los que yacen juntos sin estar enamorados fueran abominables, entonces todos provenimos de una estirpe mancillada. Los lugares y épocas en que el matrimonio depende del eros son una pequeña minoría. La mayoría de nuestros antepasados se casaban a temprana edad con la pareja elegida por sus padres, por razones que nada tenían que ver con el eros. Iban al acto sexual sin otro “combustible”, por decirlo así, que el simple deseo animal. Y hacían bien: cristianos y honestos esposos y esposas que obedecían a sus padres y madres, cumpliendo mutuamente su “deuda conyugal” y formando familias en el temor de Dios. En cambio, este acto realizado bajo la influencia de un elevado e iridiscente eros, que reduce el papel de los sentidos a una mínima consideración, puede ser, sin embargo, un simple adulterio. Puede también romper el corazón de una esposa, engañar a un marido, traicionar a un amigo, manchar la hospitalidad, y causar el abandono de los hijos. Dios no ha querido que la distinción entre pecado y deber dependa de sentimientos sublimes. Ese acto, como cualquier otro, se justifica o no por criterios mucho más prácticos y definibles; por el cumplimiento o quebrantamiento de una promesa, por la justicia o injusticia cometida, por la caridad o el egoísmo, por la obediencia o la desobediencia. […] Habrá quienes en un comienzo han sentido un mero apetito sexual por una mujer y más tarde han llegado a “enamorarse” de ella; pero dudo de que eso sea muy común. Con mayor frecuencia lo que viene primero es simplemente una deliciosa preocupación por la amada: una genérica e inespecífica preocupación por ella en su totalidad. Un hombre en esa situación no tiene realmente tiempo de pensar en el sexo; está demasiado ocupado pensando en una persona. El hecho de que sea una mujer es mucho menos importante que el hecho de que sea ella misma. Está lleno de deseo, pero el deseo puede no tener una connotación sexual. Si alguien le pregunta qué quiere, la verdadera respuesta a menudo será: “Seguir pensando en ella”. Es un contemplativo del amor.” [1]
El estado en el que nos encontrábamos con Kirk era espectacular. Cada vez que nos mirábamos había felicidad en nuestros ojos. Sin embargo, este combustible del enamoramiento no es suficiente para establecer una relación duradera. Por eso, Lewis explica, que Dios no fundamenta el cumplimiento de los principios, en sentimientos pasajeros, sino en acciones prosaicas como el compromiso, las promesas, los deberes y los juramentos. Esto lo hace con el fin de evitar las emociones que son tan fluctuantes en nuestro interior. Moisés le informó claramente al pueblo de Israel, que con el Señor no se juega y que nuestros compromisos, pactos, promesas y juramentos se deben cumplir. Por eso está descrito allí, en su Palabra, para que nos quede como ejemplo y seamos comprometidos con los pactos. Él les advirtió lo siguiente: “De esta manera instruyó Moisés a los israelitas conforme a lo que el Señor le había mandado. Se dirigió Moisés a los líderes de las tribus israelitas y les dijo: -Esto es lo que el Señor ha mandado. Si alguien hace una promesa al Señor o se impone con juramento una obligación a sí mismo, no quebrará su palabra, sino que cumplirá aquello a lo que se comprometió.” [2]
¿Tenemos claro que el cumplimiento de los compromisos, no debe depender de sensiblerías y emociones, que pueden ser pasajeras?
[1] C. S. Lewis (2006). Los cuatro amores. Editorial Rayo. New York, U. S. A. pp. 103-105
[2] Números 30:1, 2 BLPH La Palabra (Hispanoamérica)
C. S. Lewis (Clive Staples Lewis) fue un escritor nacido el Belfast, Irlanda en el año 1898. Murió en Oxford, Inglaterra en el año 1963. Fue uno de los intelectuales más importantes del siglo veinte y podría decirse que fue el escritor cristiano más influyente de su tiempo. Fue profesor particular de literatura inglesa y miembro de la junta de gobierno en la Universidad Oxford hasta 1954, cuando fue nombrado profesor de literatura medieval y renacentista en la Universidad Cambridge, cargo que desempeñó hasta que se jubiló.
Perteneció a un grupo denominado Los Inklings. A esta comunidad selecta también perteneció Tolkien con quien sostuvo una gran amistad. Los Inklings eran un cenáculo literario de académicos y escritores británicos vinculados a la Universidad de Oxford, en su mayoría de creencias cristianas, que se reunió en Oxford entre los primeros años 1930 y los 60, aunque su época más próspera duró sólo hasta finales de 1949.
Las contribuciones de Lewis a la crítica literaria, literatura infantil, literatura fantástica y teología popular le trajeron fama y aclamación a nivel internacional. Escribió más treinta libros.
Parte del párrafo utilizado en el día 5 de 125 Días dice: “Quizás el hecho de que las bellezas de cada lugar eran tan particulares que ni un tonto las habría obligado a competir, me curé de una vez por todas de la perniciosa tendencia a comparar y preferir, operación que produce escasos beneficios cuando tratamos con una obra de arte, e infinito daño, cuando se trata de la naturaleza. […] Cierren la boca, y abran sus oídos. Tomen lo que hay allí y no piensen ni por un segundo en lo que podría haber habido o en lo que hay en otro lugar.» (Sorprendido por la alegría. Editorial Andrés Bello. Página 136)
Catedral de la Sagrada Familia. Barcelona, España. Cuando querer tener una familia era sospechoso…
La frase de C. S. Lewis sobre El Progreso es muy adecuada en estos tiempos: «Todos queremos progreso, pero si estás en el camino equivocado, El Progreso significa dar la media vuelta y volver al camino correcto; en ese caso el hombre que vuelve más pronto es el más progresista.» (C. S. Lewis. Contraportada de Mero Cristianismo, Editorial Andres Bello, Chile. 1994).
En diciembre del año 2019 la vida era muy distinta a lo que estamos viviendo en medio de esta pandemia producida por el covid-19. La familia original estaba completamente desvirtuada y en muchos aspectos el simple hecho de querer conformar alguna, era motivo de sospecha. Era como si un infiltrado se estuviera metiendo dentro de los nuevos valores de la modernidad. Estos valores, que incluyen no tener hijos sino mascotas, relaciones abiertas donde cada uno hace lo que le da la gana con su dinero y con su cuerpo, estaban en la boca de tantos jóvenes que creían tener toda la verdad. Cualquiera que pensara diferente simplemente era de la antigüedad.
Los millennials se veían como esos seres que tenían al mundo global en sus manos, mientras que con temor algunos tratábamos de mantener el modelo de familia original, sin importar las miradas de sospecha de aquellos que silenciosamente nos acusaban. De repente entró la pandemia en nuestras vidas e inmediatamente todo se ajustó al origen olvidado. Las familias comenzaron a vivir juntas, y los millennials descubrieron que en realidad no tienen el mundo global en sus manos, sino que en cualquier momento algo invisible los deja quietos en el lugar en donde nunca han querido estar, en un hogar.
Palacio de Versalles. Francia. Cuando los Millennials creían que el mundo global les pertenecía y querían vivir lejos de su hogar.
Aquellos que hemos venido entrenando, para vivir esa vida antigua, simplemente seguimos este momento sin ninguna tristeza, sino más bien disfrutando con más tranquilidad de aquello que ya veníamos utilizando tiempo atrás. No fuimos tomados por sorpresa sin saber cocinar, u odiando cocinar. No fuimos tomados por sorpresa con el ataque silencioso de la ropa sucia, y el polvo rondando por la casa. Tampoco fuimos tomados por sorpresa a causa de la quietud. Simplemente regresamos a aquello que nos habían quitado sin darnos cuenta en las fábricas de la época de la industrialización. Los hombres y también las mujeres regresaron al lugar de donde nunca debieron haber salido. Por eso ahora sí estamos progresando realmente. El Covid-19 nos ayudó a dar la media vuelta para regresar hasta el camino en que nos habíamos desviado, pensando que el progreso estaba en medio del mundo acelerado, sin familia, y acompañados por una mascota. De niños abandonados con sus empleadas. Y de hombres y mujeres compitiendo por el poder en los pocos hogares que todavía se mantenían. El Covid-19 nos obligó a valorar la persona cercana que no tuvo a dónde irse. Nos confirmó que tener una pareja y sacrificarnos por otro es mejor que ser individualista y vivir únicamente para sí mismo. Descubrimos que las personas con las que compartimos tantas horas al día tal como era antiguamente, se parecen en realidad a toda la humanidad. No necesitamos salir hacia los confines lejanos para encontrar libertad y conocer seres distintos, porque la verdadera libertad está en la propia casa. Afuera hay tapabocas y reglas más estrictas que las que podemos encontrar en nuestros aposentos.
Este es el verdadero progreso y ojalá como humanidad no nos volvamos a desviar del verdadero camino del hogar libre y feliz.
Pero siempre que hacemos un bien por otro, simplemente porque es un individuo hecho (como nosotros) por Dios, y deseando su felicidad tal como deseamos la nuestra, habremos aprendido a amar un poquito más o por último a rechazar menos.
C. S. Lewis
Cuando llegué a la habitación, después de hablar con Jaime para la venta de los pies de gato -finalmente no pude vender nada- me di cuenta que Robert seguía leyendo y escuchando música mientras Brian dormía. Eran momentos muy desesperantes para mí, pues lo único que quería era evolucionar, salir a hacer algo. Comencé a arreglar mi morralote, para no perder tanto tiempo; Robert hizo lo mismo, ya que había entrado en desesperación también. Después de todo el ruido que hicimos, Brian se levantó, por fin. Ya era casi el medio día. Estaba preocupada porque era mejor salir en la mañana a hacer auto stop, que en la tarde.
Preparamos algo de desayuno, y luego nos fuimos a tomar un bus que nos dejaría en las afueras del pueblo que seguía después de Quito. Allí nos paramos durante un tiempo, hasta que paró un señor, en una camioneta con platón. Brian y Robert estaban muy contentos, al igual que yo; definitivamente era una buena forma de viajar. Ellos casi siempre vivían de acuerdo, pues se habían conocido de toda la vida.
Llegamos hasta Ambato. Allí la gente nos decía que no fuéramos hasta el pueblo llamado Baños, porque de pronto explotaba el volcán, que habían puesto en alerta amarilla. Ellos querían escalar el volcán, y yo sólo encontrar los escaladores que vivían allá. Tomamos definitivamente el bus hacia Baños, aunque sentíamos un poco de miedo, especialmente en el momento en que vimos la fumarola en frente nuestro y de manera real.
Cuando entramos al pueblo todo se veía normal. Era un pueblo triste; se notaba que las cosas no estaban como antes; los precios habían bajado, y eso iba en beneficio nuestro, pues todo nos saldría más económico.
Averiguamos un hotel en frente de la plaza; ya era muy tarde, y no podíamos buscar la dirección que Jaime nos había dado de uno recomendado. La chica nos dio un buen precio por la habitación para los tres, y además tenía baño privado.
En el momento que ellos se fueron, aproveché, como toda una latinoamericana con «malicia indígena”, y le propuse a la chica que hiciéramos un trueque. Le plantee darle algo de lo que estaba vendiendo, es decir, que escogiera algún anillo o collar, a cambio del hospedaje, y ella aceptó. En ese momento hice un trato sin que los muchachos se dieran cuenta. ¿Y por qué? Porque de alguna manera era pecado. Era pecado, porque: primero, lo hice a escondidas (eso demostraba que algo no era correcto), y segundo, no quise compartir con ellos el beneficio recibido. Mi mente me decía que ese favor solo me lo merecía yo, porque no tenía dinero, y en cambio Brian y Robert tenían dólares. Pero ese no era el punto, la verdad era mi falta de caridad. Esa virtud que tiene un nombre en desuso, fue descrita correctamente por C. S. Lewis, en su contexto original. La caridad no es solo limosna, que finalmente es la degeneración de la palabra, en realidad significa amor como lo entendemos los cristianos. Así lo explica: «En primer lugar en cuanto al significado de la palabra «caridad” – «hacer una caridad” ahora significa simplemente lo que solía llamarse «limosna”, esto es dar a los pobres. Originalmente tenía un sentido mucho más amplio. (Pueden ver cómo adquirió el sentido moderno. Si un hombre tiene «caridad” dar a los pobres es una de las cosas más obvias que hace, y así la gente llegó a usar el término como si de eso se tratara toda la caridad) […] Caridad significa «amor, en el sentido cristiano”. Pero amor en el sentido cristiano, no significa una emoción. Es un estado no de los sentimientos sino de la voluntad; el estado de la voluntad que tenemos naturalmente respecto a nosotros mismos y que debemos aprender a tener respecto a otras personas. […] El que naturalmente nos guste (este «gusto” natural no es ni un pecado ni una virtud. Es simplemente un hecho. Pero, por supuesto, lo que hacemos con ello es o pecaminoso o virtuoso) o tengamos afecto por algunas personas facilita ser caritativos con ellas. […] No pierdas el tiempo preguntándote si amas a tu prójimo; actúa como si lo hicieras. Tan pronto como hacemos esto, descubrimos uno de los grandes secretos. Cuando te comportas como si amaras a alguien, pronto llegarás a amarlo. Si dañas a alguien que te disguste, te encontrarás con que te disgusta más. Si haces algo bueno por él, te encontrarás con que te disgusta menos […] Pero siempre que hacemos un bien por otro, simplemente porque es un individuo hecho (como nosotros) por Dios, y deseando su felicidad tal como deseamos la nuestra, habremos aprendido a amar un poquito más o por último a rechazar menos.” 84
Mi actitud nada tenía que ver con un comportamiento de amor cristiano. Por el contrario, me comporté como si nunca hubiera sabido de la existencia de Dios. Dejé de hacer un bien a personas que tal vez no lo merecían, -según mi punto de vista- especialmente Robert. Pero como lo dijo C. S. Lewis, esa acción hacía que cada vez me disgustara mucho más la existencia de Robert. Si hubiera hecho algo por ellos, si hubiera compartido con ellos lo que tenía, seguramente los hubiera aprendido a amar y, por lo tanto, me disgustarían menos. El apóstol Pablo, que sí tenía claro el concepto de caridad, en la época de la Iglesia primitiva, después, claro, de haber sido una persona completamente anti-caritativa antes de su conversión, cuando mandaba matar a los primeros cristianos, dejó una gran recomendación a las personas que vivían en Éfeso. Les pidió que no permitieran que su insensible corazón gobernara sus acciones. Si lo hacían de esa forma no gozarían de la vida, porque odiarían cada vez más. Aconsejó: «Esto, pues, es lo que les digo y les encargo en el nombre del Señor: que ya no vivan más como los paganos, los cuales viven de acuerdo con sus inútiles pensamientos y tienen oscurecido el entendimiento. Ellos no gozan de la vida que viene de Dios, porque son ignorantes a causa de lo insensible de su corazón.” 85
Pero siempre que hacemos un bien por otro, simplemente porque es un individuo hecho (como nosotros) por Dios, y deseando su felicidad tal como deseamos la nuestra, habremos aprendido a amar un poquito más o por último a rechazarmenos.
C. S. Lewis
¿Sabemos que si maltratamos más a la persona que no nos gusta, terminaremos queriéndola menos?
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84 C. S. Lewis (1994). Mero Cristianismo. Editorial Andrés Bello. Chile. Pág. 109 http://www.paolavelez.com
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