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Día 92 de la segunda parte de «125 Días». ¿Cómo usamos nuestra libertad?

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Suesca, Colombia.

DÍA 91
Cuando terminé de pasar en medio de esos hombres acostados en colchones sobre el piso, llegué hasta la puerta de la pequeña habitación, utilicé la llave que me había dado Cristian, y pude entrar tranquilamente. Cuando me senté sobre la cama, corríla silla y la puse contra la puerta. De repente sentí un golpe fuertícimo, y mi corazón se aceleró al igual que mis mariposas en el estómago. No sabía que había pasado, hasta que volvía sentir otros dos golpes como con la mano abierta sobre la puerta. Quedé completamente paralizada, no sabía qué hacer, comencé a mirar hacia la ventana, para ver la posibilidad de utilizar el plan B de la escapada. Sin embargo, me puse a esperar, que otra cosa iba a suceder, pero todo quedó en silencio.  Me quedé media hora sentada sobre la cama casi petrificada esperando no sé qué.
La luz la dejé prendida y tomé la decisión de acostasrme sobre mi sleeping, medio sentada. Lo último que tenía era sueño. Miraba y miraba hacia el techo, tratando de no pensar en nada para poder dormir, pero era imposible, me puse a pensar en todo, en las cosas que había pasado con Kirk, en lo maravilloso que había sido Dios conmigo, al haberme dado la posibilidad de haber encontrado una persona tan especial como Maritza, ella no dudó ni un instante en ayudarme y lo hizo completamente desinteresada; seguí pensando en Mateo, en mi mamá en Colombia, en las jornadas tan duras de trabajo que tuve en la telenovela para poder reunir el dinero del viaje.

Mientras estaba trabajando y trasnochando me imaginaba los momentos que iba a vivir por Suramérica, pero como siempre en mi mente sólo pensé en circunstancias buenas y nunca en las malas o peligrosas como las que estaba viviendo en este momento. Sólo pensaba en la libertad que iba a tener apenas dejara de trabajar y cogiera mi morralote para irme hacia el terminal y tomar el primer bus del viaje. Y allí en ese lugar ruidoso y con gente comenzó el destino de mi elección. El resultado de la libertad de elegir, eso que Dios nos dio a todos los hombres. Precisamente aquel libre albedrío que nos permite saber que somos distintos de Él, aunque unidos por su amor. Pero en ese momento mi mente no vislumbraba los sufrimientos que iba a tener por mi propia libertad. Y tenía dos opciones; por un lado, podría pensar como hacen muchos inconversos, que Dios no me estaba haciendo feliz y que tal vez era su deber como buen Padre librarme de los malos momentos o, por otro lado, simplemente aceptar que existen unas leyes de la naturaleza humana que no pueden ser cambiadas por el Omnipotente a no ser en casos excepcionales a través de los milagros. Fue difícil entenderlo, pero es preciso asumirlo desde el punto de vista que analizó C. S. Lewis, para que podamos comprender que nuestro Padre no estará librándonos en todo momento de los resultados de nuestro propio libre albedrío.  Así lo deduce: “Si Dios fuera bueno, querría que sus criaturas fueran completamente felices; y si fuera todopoderoso, podría hacer lo que quisiera. Mas como las criaturas no son felices, Dios carece de bondad, de poder o de ambas cosas”. He ahí el problema del dolor en su forma más simple. […] Omnipotencia significa “poder hacerlo todo, sea lo que sea”. Por su parte, las Escrituras dicen: “para Dios todo es posible”. En la discusión con no creyentes se suele oír con frecuencia cosas como ésta: “Si Dios existiera y fuera bueno, haría tal o cual cosa”. […] La omnipotencia divina significa un poder capaz de hacer todo lo intrínsecamente posible, no lo intrínsecamente imposible. Podemos atribuir milagros a Dios, pero no debemos imputarle desatinos. Eso no significa poner límites a Su poder. Si se nos ocurriera decir: “Dios puede otorgar y negar al mismo tiempo una voluntad libre a sus criaturas”, nuestra afirmación no acertaría a manifestar cosa alguna sobre Él. […] De ahí la necesidad de definir con el mayor cuidado aquellas imposibilidades intrínsecas que ni siquiera la omnipotencia divina puede realizar. […] Las inexorables leyes de la naturaleza, cuya legalidad se cumple a despecho del sufrimiento o el merecimiento humanos, y que la oración es incapaz de eliminar, parece proporcionar a primera vista un sólido argumento contra la bondad y el poder divinos. Me permito decir que ni siquiera el Ser omnipotente podría crear una sociedad de almas libres sin crear de forma simultánea una naturaleza relativamente independiente e “inexorable”. […]
La libertad de la criatura debe significar libertad de elección, y la elección implica cosas diferentes entre las que elegir. Una criatura sin entorno carecería de posibilidad de escoger. […] La condición mínima de la autoconciencia y la libertad es, pues, que la criatura perciba a Dios y se perciba a sí misma como distinta de Dios. […] Tal vez fuera posible imaginar un mundo en el que Dios corrigiera los continuos abusos cometidos por el libre albedrío de sus criaturas […] en un mundo así sería imposible cometer acciones erróneas, pero eso supondría anular la libertad de la voluntad. […] Una de las convicciones más arraigadas de la fe cristiana es la creencia en el poder que Dios posee (ejercido en ocasiones) de modificar el comportamiento de la materia y realizar los llamados milagros. La genuina concepción de un mundo común y estable exige, no obstante, que las ocasiones señaladas sean extraordinariamente infrecuentes. […]
Si tratáramos de excluir el sufrimiento, o la posibilidad del sufrimiento que acarrea el orden natural y la existencia de voluntades libres, descubriríamos que para lograrlo sería preciso suprimir la vida misma. […]
La idea encerrada en la fórmula “lo que Dios podría haber hecho” entraña una concepción exageradamente antropomórfica de la libertad de Dios. Sea cual sea el sentido de la libertad humana, la divina no puede significar indecisión entre alternativas y elección de una de ellas. La bondad perfecta no puede deliberar sobre el fin que se debe perseguir, y la perfecta sabiduría no puede meditar sobre los medios adecuados para alcanzarlo. La libertad de Dios consiste en que la única causa y el único obstáculo de sus actos es Él mismo, en que su bondad es la raíz de sus acciones y su omnipotencia el aire en que florecen.” [1] 
Las inexorables leyes de la naturaleza se cumplen a despecho de nuestros sufrimientos, miedos o lágrimas. Desde los comienzos, nuestro Padre, les dijo muy claro a Adán y Eva que tenían la oportunidad de elegir, pero ellos no usaron su libertad adecuadamente. Los que estábamos allí en el Hogar de Cristo, tampoco utilizamos nuestro libre albedrío de la mejor manera. Ellos con sus adicciones y yo con mi deseo de aventura desbordada sin la correcta planeación.
Somos afortunados por no ser autómatas, pero al mismo tiempo tenemos una responsabilidad muy grande porque el libre albedrío nos puede llevar tanto a la muerte como a la vida y de alguna manera con nuestra libertad también podemos llevar a otros a la muerte o a la vida. Con el libre albedrío Adán nos llevó a la muerte y con esa misma libertad en su naturaleza humana, Jesús nos dio vida de nuevo. Es el mayor ejemplo para todos en nuestros comportamientos diarios. Pablo explica esta gran verdad a los cristianos que estaban ubicados en Roma y a nosotros ahora. Dice así: “Cuando Adán pecó, el pecado entró en el mundo. El pecado de Adán introdujo la muerte, […] pero hay una gran diferencia entre el pecado de Adán y el regalo del favor inmerecido de Dios. Pues el pecado de un solo hombre, Adán, trajo muerte a muchos; pero aún más grande es la gracia maravillosa de Dios y el regalo de su perdón para muchos por medio de otro hombre, Jesucristo; […] Pues el pecado de Adán llevó a la condenación, pero el regalo de Dios nos lleva a ser declarados justos a los ojos de Dios, a pesar de que somos culpables de muchos pecados. Pues el pecado de un solo hombre, Adán, hizo que la muerte reinara sobre muchos; pero aún más grande es la gracia maravillosa de Dios y el regalo de su justicia, porque todos los que lo reciben vivirán en victoria sobre el pecado y la muerte por medio de un solo hombre, Jesucristo.
Así es, un solo pecado de Adán trae condenación para todos, pero un solo acto de justicia de Cristo trae una relación correcta con Dios y vida nueva para todos. Por uno solo que desobedeció a Dios, muchos pasaron a ser pecadores; pero por uno solo que obedeció a Dios, muchos serán declarados justos.” [2]
¿Cómo usamos nuestro libre albedrío? ¿Cómo son los resultados de nuestra libertad el día de hoy? ¿Nuestra libertad ha servido para dar vida o muerte a los que nos rodean?
[1]C. S. Lewis (2006). El problema del dolor. Ediciones Rayo. New York, U. S. A. pp. 34-43.
[2]Romanos 5:12-19 NTV (Nueva Traducción Viviente)

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¿Cómo tratas a tus hijos? ¿Crees que por ser varones tienen que aguantar tu maltrato como madre?

 

 

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Suesca, Colombia.

Muchas mujeres tenemos el privilegio de enseñar a nuestros hijos, pero en muchas ocasiones utilizamos el maltrato verbal o físico para lograr nuestros objetivos, especialmente con los varones. Creemos que tienen que aguantar todo porque son hombres. Ellos como en muchas ocasiones en su vida adulta guardan silencio y atesoran emociones. Este patrón lo reproducen cientos de veces, inclusive con sus esposas. Y otros prefieren quedarse al lado de su madre que maltrata, (porque una madre que no deja volar a su hijo, también está maltratando), para recibir uno solo y no de otra mujer diferente.

Estamos viendo la agresividad que los hombres cometen hacia la humanidad pero dejamos de lado el porcentaje de infanticidios que cometen las mujeres con sus hijos no nacidos e incluso con aquellos que vieron la luz de la vida y fueron asesinados sin que nadie lo pueda comprobar, porque nadie puede creer que una madre lo haga. Este porcentaje es parecido al que cometen los hombres con el resto de la sociedad. Estos datos muestran una realidad dolorosa y es el poder que tenemos con nuestros hijos como madres. La BBC, tiene un artículo que habla sobre la violencia de los hombres en el mundo, pero también habla sobre los infanticidios hechos en su gran mayoría por mujeres. Allí dice lo siguiente:

«En muchos casos, las mujeres matan para defenderse o para proteger a sus hijos.

Sin embargo, sí nos concentráramos en los infanticidios encontraríamos que la balanza del sexo de los perpetradores cambia, advierte Pueyo.

«Es muy raro que haya mujeres terroristas que se autoinmolen, pero las hay. Es muy raro que hayan hombres que maten bebés, pero también los hay. Ningún comportamiento de homicidio o asesinato es exclusivo de un género», señala Pueyo.

«Las mujeres son más autoras de infanticidios, especialmente de bebés, que los hombres. Parece fácil la explicación: ellas son las que están a cargo de su cuidado». ( bbc.com 20 de octubre 2016)

En este orden de ideas es muy importante conocer el alcance de nuestro poder para destruir a nuestros hijos, pero también los sentimientos profundos de los hombres y su sensibilidad oculta, para entenderlos. Son hombres desde que nacen y están a nuestro cuidado. ¿Creemos que tenemos derecho de maltratarlos especialmente porque tienen que aguantar por ser hombres?

El libro «Las Mujeres Son Malas, Los Hombres Son Buenos Por Naturaleza» explica esta realidad, pero además ayuda a cambiar esta concepción de maldad masculina que la sociedad se a encargado de exacerbar desmedidamente con la ayuda de las feministas recalcitrantes. Este libro salva matrimonios y además ayuda a que ejerzamos nuestro poder como madres de una manera más responsable y en su justa medida. Sé los recomiendo y les aseguro que después de leerlo sus vidas no serán las mismas.

Paola Vélez

 

 

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Día 84 De la segunda parte del libro «125 Días»

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Louvre, Abu Dhabi

DÍA 84
Al mirar esa puerta de lata blanca con partes oxidadas de color café, en medio de la noche fría y silenciosa por la hora, le volví a preguntar al conductor de manera incrédula si en ese lugar era donde funcionaba el Hogar de Cristo; de nuevo me respondió que si, inclusive las dos personas que se habían subido, también me dijeron lo mismo. Bajé del carro, y el conductor me mostró dónde quedaba el timbre. Cuando el taxi arrancó, me sentí completamente desolada, no sabía si me iban a abrir la puerta, se estaban demorando demasiado. En medio de súplicas le pedí a Dios que no me dejara quedar sola en ese lugar, que moviera todas las cosas imposibles para que pudiera entrar sin problemas.
Seguí timbrando y timbrando mientras pasaban segundos eternos, hasta que un hombre respondió por un citófono. Le dije que venía de viaje y que no tenía dinero suficiente para quedarme en un hotel, entonces que necesitaba quedarme ahí, que por favor me dejara entrar.
Me dijo que ese Hogar de Cristo únicamente recibía hombres y que no me podía aceptar. Sentí un dolor de estómago terrible, el tiempo se detuvo y la desesperación me invadió por completo. No podía dejar de temblar por dentro y de imaginarme por segundos qué iba a hacer. Simplemente no tenía salida clara, todo estaba oscuro a mi alrededor y en mi espíritu. Y aunque no soy un animal se supone que debería alegrarme por sentir el temblor y la eternidad del tiempo del sufrimiento causado por la desesperación. Según Kierkegaard, la desesperación existe porque tenemos espíritu y con ella acampando en nuestra vida, podemos ver la eternidad en pocos segundos, minutos o tal vez en un tiempo largo. Si no tuviéramos espíritu simplemente no la sentiríamos. Pero no sentirla también es una ventaja inconfundible para los que creemos en Dios. Soren Kierkegaard escribió: “¿Es la desesperación una ventaja o un defecto? En un sentido puramente dialéctico es ambas cosas. Si nos aferráramos a la idea abstracta de la desesperación, sin pensar concretamente en ningún desesperado, de seguro que tendríamos que decir que la desesperación es una ventaja enorme. La posibilidad de esta enfermedad es la ventaja del hombre sobre el bruto, ventaja que nos caracteriza infinitamente más que la de andar verticalmente, ya que ella significa la infinita verticalidad o elevación que nos compete por el hecho de ser espíritu. […] caer en la cuenta de esta enfermedad es la ventaja del cristiano sobre el hombre natural; y estar curado de esta enfermedad es la felicidad del cristiano.
Por tanto, poder desesperar es una ventaja infinita; y, sin embargo, estar desesperado no solamente es la mayor desgracia y miseria, sino la perdición misma. […]
Y del hombre desesperdo se puede afirmar que, en cada uno de los momentos de su desesperación duradera, la “está atrapando”. En este caso, el tiempo presente queda siempre como volatilizado en relación con la realidad situada ya en el pasado, y en cada uno de los instantes reales de la desesperación tiene el desesperado que portar como algo presente todo lo que haya podido acontecer en el pasado. Esto se debe a que la desesperación es una categoría propia del espíritu, y en cuanto tal relativa a lo eterno en el hombre. Ahora bien, el hombre no puede liberarse de lo eterno; no, no podrá por toda la eternidad. No, el hombre no podrá una vez por todas arrojar lo eterno lejos de sí; nada hay más imposible. Siempre que el hombre está sin lo eterno es porque lo ha rechazado o lo está rechazando todo lo lejos que puede…, pero lo eterno vuelve a cada instante; y esto significa que el desesperado está atrapando a cada instante la desesperación. […] Y un hombre no puede deshacerse de esta autorrelación; esto le sería tan imposible como deshacerse de su propio yo” [1]
Cuando Kierkegaard se refiere a que nosotros como cristianos nos diferenciamos del hombre natural porque reconocemos la desesperación, y al mismo tiempo podemos estar tranquilos sin desesperarnos, está asegurando las palabras que Jesús reveló y que quedaron escritas en el evangelio de Mateo, las cuales expresan la calma que podemos encontrar al entregarle ese sentimiento a Jesús. Él nos invita a descansar en Él. Así lo evidenció el evangelista: “A los que estaban allí les dijo: “Mi Padre me ha dado todo, y es el único que me conoce, porque soy su Hijo. Nadie conoce a mi Padre tan bien como yo. Por eso quiero hablarles a otros acerca de mi Padre, para que ellos también puedan conocerlo.
Ustedes viven siempre angustiados y preocupados. Vengan a mí, y yo los haré descansar. Obedezcan mis mandamientos y aprendan de mí, pues yo soy paciente y humilde de verdad. Conmigo podrán descansar.” [2]
¿Cómo es nuestra relación con la desesperación? ¿Se la entregamos a Jesús o queremos acabar con ella por nuestros propios medios?
[1]Soren Kierkegaard (1984). La enfermedad mortal o de la desesperación y el pecado. Editoril Sarpe, S. A. Madrid, España. pp. 39-42.
[2]Mateo 11:27-29 TLA (Traducción en lenguaje actual)