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La nueva colonización de las súper potencias es la más perversa de toda la historia de la humanidad. Nos permiten ahogarnos en nuestras miserias tercermundistas…

Finca La Guacamaya.

En la época del Imperio Romano, los colonizadores llegaban a los territorios inexplorados con toda suerte de armamento y humanidad a implantar las nuevas condiciones de vida en favor del Imperio. Esto quiere decir, que, las nuevas tierras se sometían y de ahí en adelante debían pagar impuestos al Emperador del momento. Esto es bastante claro en las películas de Hollywood que todos observamos en Semana Santa. Es evidente que los romanos tenían el gobernador (Por ejemplo, Poncio Pilato), quien se trasladaba con su familia a la tierra colonizada, como un representante físico del Emperador que con su autoridad y la del ejército que lo acompañaba, imponían el orden. En la Biblia también está documentado la forma de proceder en los lugares dominados y cómo cobraban los impuestos. Incluso, uno de los apóstoles de Jesús, llamado Mateo fue recaudador de impuestos para Roma antes de tomar la decisión de seguir a Jesús como un apóstol.

En años recientes, el Imperio Británico, también tenía parte de su gente y su ejército en suelo de la India. No es extraño que justificaran el cobro de impuestos a cambio del «orden» que la presencia del ejército imponía en los territorios. Si indagamos en la historia estos dos ejemplos son repetitivos. Sin embargo, el mundo cambió y fue en frente de nuestros ojos. La colonización sigue siendo el sueño de los imperios, pero la diferencia es bastante grande y difícil de descubrir debido a las sutilezas con que se acompaña. La tecnología juega un papel definitivo en este sistema particular.

Con la Organización de las Naciones Unidas en funcionamiento, las invasiones parecen de antaño. Los aviones, los tanques, y los soldados no son tan cotidianos como antes. Aunque en ciertos casos como Estados Unidos en Afganistan es evidente que se ha seguido presentando. Aparte de este proceso, no es normal observar invasiones como las que ejecutó Hitler con sus países vecinos, es decir, para cobrar impuestos descaradamente. Las invasiones de la actualidad a las colonias no se hacen con ejércitos sino de una manera más elegante, sutil y totalmente voluntaria. Es con servicios e infraestructura. No se necesita ni un solo soldado con armas para obtener el impuesto de las colonias. El pago y la usura es el mismo, solo que se utiliza el gobierno de cada país tercermundista, que a su vez, aumenta los impuestos del pueblo, para pagar la deuda externa que el imperio del momento genera con construcciones monumentales o servicios o grandes desarrollos tecnológicos que ningún país del tercer mundo podría desarrollar por si mismo. Voluntariamente, ponemos los impuestos para la potencia, en el cuello de nuestras vidas.

Para estos imperios es un negocio redondo. No necesitan invertir en traslados de personal, armamento, ni mucho menos preocuparse por ser lo «malos» del paseo ante el mundo. Peor aún, permiten que los países del tercer mundo o en vías de desarrollo o como nos quieran llamar, sigan revolcándose en la corrupción y en libertinajes extremos, sin mover un solo dedo, mientras ellos en sus imperios son autócratas, represivos, matan con pena de muerte a narcotraficantes y corruptos, imponen cadenas perpetuas a consumidores de drogas. No permiten movimientos feministas ni les dan derechos a las minorías. Incluso, les gusta el desorden en que se vive en latinoamérica porque es el caldo de cultivo perfecto para ingresar con sus tecnologías inimaginables con el fin de arrancar el dinero del pueblo. El desorden sirve para que puedan explotar los recursos naturales y mineros que proporcionan la materia prima para las tecnologías que vuelven a cobrar en servicios.

Sería muy deseable que vinieran los soldados de Rusia y China e impusieran el orden en Latinoamérica como a la vieja usanza. Se acabarían los movimientos de las feministas radicales, los corruptos por fin se retractarían de sus fechorías y viviríamos en paz como ellos viven ahora.

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Día 98. ¿Cuál es nuestra relación con el dinero? ¿Tememos perderlo, o lo codiciamos?

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DÍA 98

Llegamos con Nancy y Carlos a un puerto lleno de árboles y de sol mañanero muy limpio y ordenado, donde llegaban embarcaciones cargadas de pescado que traían turistas también. Además, estaban los de la Armada Naval Chilena. Allí no me dejaron entrar, ya que tenía que ser en un horario específico; solo me dejaron recorrer la parte de afuera, lo suficiente como para mantenerme en la película de que estaba navegando. Ellos me esperaron abajo mientras estaba hablando con el chico que me atendió. Era bastante coqueto, estaba intentando ponerme una cita para que nos viéramos después.

Nos fuimos a un lugar donde vendíanartesanías.Quería comprar algo autóctono de recuerdo. Nancy me regaló un velero hecho en madera y Carlos me dijo que me iba a obsequiar una pipa echa a mano, y para intercambiar les dije que les iba a dar de recuerdo un collar de los que yo llevaba para vender. Les pregunté si había algún problema si trataba de ofrecer mis collares en el muelle; ellos me respondieron que a veces la policía molestaba a los vendedores callejeros, pero que podía intentar.

Decidí salir al otro día a vender collares en el muelle porque tenía miedo de quedarme sin dinero. Una emoción que sentimos la mayoría de los seres humanos. Trabajamos por temor. No nos educamos adecuadamente para hacer que el dinero trabaje para nosotros. Dejamos que las emociones negativas del temor y el deseo nos invadan. Lo contrario a las emociones es la razón que nos permite pensar y analizar para no caer en ninguna de estas dos trampas. Y nosotros los cristianos tenemos más ventajas que aquella humanidad que vive sin Dios. Porque la razón precisamente es un baluarte que Dios nos ha regalado a toda la humanidad, pero se expresa mejor en sus hijos, para que vivamos una vida tranquila y libre de temor o de deseo desenfrenado. El autor exitoso Robert Kiyosaki, enseña a través de su libro Padre Rico, Padre Pobre,a que nos eduquemos en la parte financiera para que con la ayuda de la razón que Dios nos dio podamos aprender a ver el dinero en su justa medida y a no temer y tampoco desear desaforadamente. Enseña lo siguiente: “No tenía ni idea de lo que hablaba aquel hombre. “La vida empuja a todos. Algunos se rinden y otros luchan. Algunos aprenden las lecciones y continúan, reciben con alegría los embates porque saben que los empujones significan que necesitan -y deben- aprender algo.” […] “Pero son muy pocos. La mayoría sólo renuncia. Algunos como tú, pelean” […] Y entonces continuó hablando. “O, si eres el tipo de persona que tiene agallas, te darás por vencido cada vez que la vida te empuje. […] Te habría gustado ganar, pero tu miedo a perder siempre será mucho mayor a la emoción de obtener lo que quieres. En tu interior, tú y solo tú sabrás que nunca te lanzaste, que preferiste jugar a lo seguro.” […]

“Tú y Mike son las primeras personas que me piden que les enseñe a hacer dinero. Tengo más de 150 empleados, pero ninguno de ellos me ha solicitado que le diga lo que sé sobre el dinero. Siempre me piden un empleo y un cheque de nómina, pero nunca conocimiento.” […] Padre rico se meció hacia atrás y se carcajeó de buena gana. Después dijo: “Es mejor que cambies tu forma de ver las cosas. Deja de culparme […] Si sigues creyendo eso tendrás que cambiar mi forma de ser. Pero si empiezas a ver que el problema eres tú, entonces sólo tendrás que cambiarte a ti mismo, tendrás que aprender y volverte más sabio.” […] Padre rico la repitió una y otra vez: “Los pobres y la clase media trabajan para obtener dinero. Los ricos hacen que el dinero trabaje para ellos.” […] “En lo que se refiere al dinero, la mayoría de la gente siempre quiere ir a la segura y no correr riesgos; por eso, lo que motiva a muchos no es la pasión sino el miedo.” […] “sólo recuerda que el miedo es lo que hace que la mayoría de la gente trabaje para conseguir dinero: el miedo a no poder pagar las facturas; el miedo a ser despedidos; el miedo a no tener suficiente dinero y el miedo a empezar de nuevo.” […] “Casi todos piensan que, con más dinero, podrán resolver sus dificultades, pero no se dan cuenta de que el problema radica en su falta de educación financiera.” […]

“En primer lugar, el miedo a no tener dinero nos motiva a trabajar duro y, una vez que obtenemos el cheque de nómina, la codicia o la avaricia nos hace pensar en todas las cosas maravillosas que se pueden comprar con el dinero. Y entonces se establece el patrón.” […] “El patrón de levantarse, ir a trabajar, pagar recibos; y otra vez […] Hay dos emociones que siempre controlan la vida de la gente: el miedo y la codicia. Si le ofreces más dinero, continuará por siempre en ese ciclo y gastará más cada vez. Es a lo que llamo la Carrera de la Rata.” […] “El dinero rige sus vidas y todos ellos se rehúsan a aceptarlo. El dinero controla sus emociones y almas.” […] “Muchos tienen fuertes problemas emocionales y son neuróticos a pesar de que tienen más dinero y parecen llevar una vida mejor.” “¿Entonces los pobres son más felices?”, pregunté. “No, no lo creo” contestó padre rico. “Eludir el dinero es algo tan triste como vivir apegado a él.” […] “Siempre tendremos emociones de miedo y codicia.” […] “La mayoría de la gente usa el miedo y la codicia en su contra. Ahí es donde surge la ignorancia.” […] Nos dijo que la ignorancia se impone cuando la gente deja de buscar información y de tratar de conocerse a sí misma. La batalla es una decisión que se toma en un instante y consiste en aprender a abrir o cerrar la mente. […] “La ignorancia respecto al dinero provoca codicia y miedo”, explicó padre rico. […] A la mayoría de la gente le da miedo analizar las cosas desde un punto de vista racional y, por eso, sale corriendo por la puerta para ir a realizar un trabajo que detesta. Para controlar una situación intrincada, es necesario pensar. A eso me refiero con que deben privilegiar al pensamiento.” [1]

El autor habla de dos extremos respecto a lo que muchos pensamos y actuamos a causa del dinero. Se refiere a la codicia y al temor. Ambos nos pueden introducir en el mundo de la desesperación. Los judíos desde la antigüedad han sido muy prósperos económicamente, con algunas épocas de esclavitud, pero otras tantas en abundancia. Jesús como hombre judío de nacimiento dejó muchas enseñanzas que han trascendido las fronteras físicas y temporales. Por un lado, en el evangelio de Mateo habla sobre lo que le sucede a un hombre cuando tiene temor de perder el dinero, pero también vemos en la carta a Timoteo escrita por Pablo, lo que significa codiciar. Allí nos explica el apóstol que nada trajimos cuando nacimos y nada podemos llevarnos el día de nuestra muerte y que el amor al dinero nos puede extraviar del camino de la fe. Ambas posturas que parecen extremas nos muestran el verdadero sentido que debemos darle al dinero utilizando nuestro pensamiento, nuestra razón. Necesitamos conocernos a nosotros mismos para no temer y codiciar. Podemos disfrutar del bienestar que genera cuando gastamos nuestro tiempo aprendiendo a producirlo y haciendo que trabaje para nosotros y no nosotros para él. Porque la pobreza que es otro extremo tampoco es exaltada en ningún momento.

La parábola que contó Jesús para enseñarnos sobre lo que significa el temor a perder el dinero, dice lo siguiente: “También el reino del cielo puede ilustrarse mediante la historia de un hombre que tenía que emprender un largo viaje. Reunió a sus siervos y les confió su dinero mientras estuviera ausente. Lo dividió en proporción a las capacidades de cada uno. […] Después de mucho tiempo, el amo regresó de su viaje y los llamó para que rindieran cuentas de cómo habían usado su dinero. El siervo al cual le había confiado las cinco bolsas de plata se presentó con cinco más y dijo: “Amo, usted me dio cinco bolsas de plata para invertir, y he ganado cinco más”. […] Por último se presentó el siervo que tenía una sola bolsa de plata y dijo: “Amo, yo sabía que usted era un hombre severo, que cosecha lo que no sembró y recoge las cosechas que no cultivó. Tenía miedo de perder su dinero, así que lo escondí en la tierra. Mire, aquí está su dinero de vuelta”. Pero el amo le respondió: “¡Siervo perverso y perezoso! Si sabías que cosechaba lo que no sembré y recogía lo que no cultivé, ¿por qué no depositaste mi dinero en el banco? Al menos hubiera podido obtener algún interés de él”. “Entonces ordenó: “Quítenle el dinero a este siervo y dénselo al que tiene las diez bolsas de plata. A los que usan bien lo que se les da, se les dará aún más y tendrán en abundancia; pero a los que no hacen nada se les quitará aun lo poco que tienen.” [2]

Por otro lado, el apóstol Pablo le escribe a Timoteo y le muestra que el amor al dinero o la codicia o avaricia también son extremos que no podemos permitir en nuestra vida de cristianos porque estos nos pueden extraviar de la fe que necesitamos cuidar como un tesoro. Pablo escribe: “Nada hemos traído a este mundo, y nada nos llevaremos de él. Debemos contentarnos con tener lo suficiente para comer y vestir. Pues los que quieren enriquecerse caen en la tentación y en la trampa de deseos insensatos y funestos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque el amor al dinero es la raíz de todos los males. Algunos arrastrados por ese amor al dinero, se han apartado de la fe y están atormentados por muchos remordimientos.” [3]

¿Utilizamos la razón o el pensamiento que Dios nos dio para estar alejados de la pobreza o del temor y la codicia que puede producir el amor o el desamor por el dinero?

[1]Robert T. Kiyosaki (2011). Padre Rico, Padre Pobre. Editorial Aguilar. Bogotá, Colombia. pp. 34-55.

[2]Mateo 25:14-29 NTV (Nueva Traducción Viviente)

[3]I Timoteo 6:7-10 NSB (Nuestra Sagrada Biblia)   www.paolavelez.com