
Al escuchar esta frase reconocí un gran halago que tal vez en otra época era totalmente impensable y mucho mas viniendo de un niño de nueve años. La mala costumbre de la falta de agradecimiento ha hecho que las sociedades y especialmente las mujeres modernas hayan optado por despreciar una labor en el hogar que por cierto ya no hay quién la quiera realizar. Una mujer cansada de no ser reconocida por su esposo y sus hijos prefiere saltar a la firma que la halaga por hacer un trabajo que genera dinero directo. Entonces llega el descontrol emocional y familiar y nuevas cargas de esos mismos trabajos despreciables, pero hechos con odio y desazón. Uno de los mayores errores de esta humanidad fue desdeñar la labor de una madre en su hogar o lo que es lo mismo, verlo de manera indiferente y sin aprecio. Pensar equivocadamente que el orden y la limpieza es obra del azar o por generación espontánea. Esta falta de detalle y de esfuerzo cerebral por agradecer lo que no se ve, por parte de los hombres con sus esposas, está pasando una gran cuenta de cobro que tal vez no podremos pagar hasta que comencemos a devolvernos al sistema original y clásico. Mientras sigamos por este mismo camino, solo podremos llegar a la autodestrucción. Esta autodestrucción que tanto desean las feministas exageradas y los ambientalistas descontrolados que no tienen sentido en sus propias vidas y por eso le buscan sentido destruyendo lo que todavía no existe, lo que no ha nacido.
G. K. Chesterton escribió a comienzos del siglo XX que nosotros mismos nos cortamos el pescuezo cuando nos burlamos o despreciamos una labor que engrandece, la cual denominó: «Unidad de crianza de niños» y que por esa propia burla ahora no sabemos que camino tomar. Sus palabras aunque fueron escritas hace muchos años seguramente trataron de evitar lo inevitable, aquello que vemos con nuestros propios ojos. Madres que no quieren ser madres y mujeres despreciando una labor clásica porque nadie la reconoce ni la valora. Escribe lo siguiente: «Todo esto es un ejemplo curioso de la manera en la que la tendencia moderna se corta a menudo su propio pescuezo. La gente empieza por decir que es una tiranía del pasado pedir a las mujeres que formen parte de una «Unidad de crianza de niños». […] Luego se encuentran con que al introducir la Nueva Mujer que resultará tan atractiva para la posteridad, han introducido de hecho un tipo de mujer del tiempo de maricastaña (personaje proverbial símbolo de antigüedad remota), tan fastidiosa, histérica e irresponsable como cualquier necia solterona en una novela de la época de la reina Victoria; […] Mientras tanto, se las han arreglado para perder del todo la otra oportunidad. No pueden conseguir que la energía femenina sea enganchada de nuevo con los objetivos humanos y creativos de la familia porque empezaron por denunciar y burlarse de esos objetivos como serviles y supersticiosos. Comenzaron diciendo que sólo mujeres estúpidas eran mujeres domésticas; se fueron luego con las mujeres inteligentes y vieron cómo se hacían estúpidas; y ahora no pueden conseguir a nadie que se quiera dedicar a lo que originalmente criticaron como una estupidez. Es como si hubieran escupido sobre todo tipo de trabajo como tarea servil, y creado luego toda una generación incapaz de hacer trabajo alguno, para acabar por fin clamando en vano por alguien que haga el trabajo aunque sea servil. No hay para tales esperanza alguna, a no ser que empiecen otra vez al principio y consideren la paradoja de que los hombres libres pueden trabajar o de que las mujeres libres pueden quedarse en casa, sí, hasta en su propia casa.
Nunca he entendido cómo surgió esta superstición: la noción de que una mujer tiene una parte muy modesta en la casa y una parte más excelsa fuera de la casa. […] pero no puedo entender cómo la tarea doméstica puede ser considerada inferior en lo que respecta a la tarea en cuanto tal. La mayor parte del trabajo hecho en el mundo de fuera es un trabajo bastante mecánico; y buena parte de él es sin duda alguna un trabajo sucio. Parece que no hay forma posible en que sea intrínsecamente superior al trabajo doméstico. Nueve veces de diez, la única diferencia es que una persona suda y se afana en un caso por gente que aprecia y quiere, y en otro por gente que ni aprecia ni quiere. […]
Supongo que el prejuicio ha surgido meramente del hecho de que las operaciones domésticas ocurren en un espacio pequeño y en un local privado. Aun eso es bastante ilógico en una época que está tan orgullosa de la historia experimental de la ciencia. Las hazañas científicas más espectaculares se han conseguido en un espacio que no es más grande que una salida de estar o un cuarto de niños. Un niño es más grande que un bacilo; y el mismo bebé es más grande y más vivo que un germen bajo el microscopio. Y la ciencia que se estudia en el hogar es la más grande y la más gloriosa de todas las ciencias -muy inadecuadamente indicada por la palabra educación- y nada menos que el misterio de cómo se hacen los seres humanos.» (Chesterton 1995)
Entonces aquellas que hemos decidido honrar el trabajo doméstico no podemos permitir que la sociedad nos haga sentir sin valor alguno. Por supuesto que es todo lo contrario como lo muestra Chesterton. Si nadie quiere hacer nuestro trabajo porque parece servil pues será mucho más valorado con el pasar del tiempo. Así que «¡Viva Cenicienta!» No podría ser una heroína mejor en este tiempo…

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