
Después de escuchar atentamente mi anhelo de regresar a Colombia lo más pronto posible, él me dijo que quería invitarme a cenar en la noche. Expresó su deseo de ayudarme, aunque sólo fuera invitándome a comer. Yo le dije que esa era una gran ayuda y que se lo agradecía de corazón.
Me fui hacia el lugar donde había comprado el tour hacia el Parque Nacional de las Torres del Paine en la Patagonia chilena, y le pagué a la dueña. Una señora muy simpática que entendía la diferencia entre el estilo de vida económico de un latino y de un turista que venía de algún país desarrollado. Esa fue la razón principal para que me hubiera hecho un descuento tan especial. Me dijo que pasaban a recogerme en el hotel a las siete de la mañana.
Entré a la habitación y me quedé mirando hacia el techo, que por cierto era bastante lindo. Tenía listones ordenados en madera de color blanco. Le di gracias a Dios por todas esas personas que me rodeaban con su ayuda y además por darme la oportunidad de sentirme como una turista adinerada que podía tomar un tour privado tan costoso, hacia un lugar tan lejano y particular.
Me metí al baño para disfrutar esa sensación de limpieza que había sido tan esquiva los últimos días. Mi cuerpo lo pedía a gritos. Afortunadamente tenía ropa limpia que había podido lavar en la casa de Maritza en Valdivia, especialmente las medias que son las más necesarias. El viento comenzó a soplar con mucha fuerza, un fenómeno para mí, pero que era muy común para los que vivían allá. Emitía sonidos como los de las películas de terror.
El joven llegó al hotel a recogerme muy puntual. Me preguntó que quería comer; entonces le dije que estaba muy antojada de comer una pizza vegetariana con bastante ajo. Propuso que fuéramos a una pizzería donde también había computadores para navegar en internet. Esa pizzería la había visto antes, pero por razones económicas solo la había visto con deseo. No podía creer que Dios me estuviera dando semejante regalo a través de aquel hombre. Pero fue aún más increíble cuando pidió una botella de vino blanco para acompañarla. Brindamos con unas copas muy hermosas por todos los viajes que nos faltaban por realizar en el futuro.
Me contó que, al otro día, se tenía que ir de madrugada hacia el refugio, así que ya no nos íbamos a volver a ver. Me entregó una dirección para que yo le escribiera contándole mi buen regreso a Colombia. A medida que avanzaba el tiempo, el viento se iba volviendo más fuerte. Él aseguró que algunas veces habían sentido vientos de hasta 180 kilómetros por hora, especialmente en verano.
Me acompañó hasta el hotel y allí en la puerta me deseó un buen regreso a Colombia. Le agradecí con mi alma por ayudarme con tan buenos sentimientos a pasar momentos especiales sin esperar nada a cambio. También le dije que anhelaba que se pudiera casar con su novia holandesa para que fuera feliz. Se notaba claramente que era un hombre virtuoso, de buenos sentimientos. Un candidato ideal para recibir parte de los beneficios del cielo aquí en la tierra. Él entrena desde ahora sus virtudes para usarlas cuando estemos frente a nuestro Padre y nuestro prójimo en el cielo. C. S. Lewis dice que, si no poseemos algún indicio de las virtudes en nuestra vida interior, es difícil que algo externo pueda crearlas para disfrutarlas como se debe y como Dios nos las preparó. No creo que sus buenas acciones sólo fueran ocasionales, y que su buen corazón sólo hubiera sido evidente conmigo, era incuestionable que las practicaba regularmente y por esa misma razón hacían parte de su vida interior. Lewis habla lo siguiente sobre la virtud: “Hay un punto más acerca de las virtudes que deberíamos hacer notar. Existe una diferencia entre llevar a cabo una acción justa o templada y ser un hombre justo y templado. Alguien que no es un buen jugador de tenis podría de vez en cuando dar un buen golpe. Lo que queremos decir por un buen jugador es un hombre cuyos ojos, músculos y nervios han sido tan entrenados por innumerables buenos golpes que ahora se puede confiar en ellos. Tienen un cierto tono o cualidad que están ahí incluso cuando no están jugando, del mismo modo que la mente de un matemático posee un cierto hábito y punto de vista que permanecen incluso cuando no se dedica a las matemáticas. Del mismo modo, un hombre que persevera en hacer buenas acciones adquiere al final una cierta cualidad de carácter. Y entonces es a esa cualidad, antes que a sus acciones en particular, a lo que nos referimos cuando hablamos de “virtud”. […] la verdad es que las buenas acciones llevadas a cabo por motivos equivocados no ayudan a construir la cualidad interna o característica llamada “virtud”, y es esta cualidad o característica la que importa realmente. […] Podríamos pensar que Dios sólo quiere la simple obediencia a un conjunto de reglas, mientras que lo que quiere es personas de una determinada manera de ser. […] Podríamos pensar que las “virtudes” son sólo necesarias en la vida presente… que en el otro mundo podremos dejar de ser justos porque no hay nada por qué disputar, o dejar de ser valientes porque allí no hay ningún peligro. […] pero habrá todo tipo de ocasiones para ser la clase de personas en las que podríamos convertirnos sólo como resultado de haber llevado a cabo tales acciones en la tierra. […] si las personas no tienen al menos un indicio de tales cualidades en su interior, ninguna condición externa posible podría crear un “cielo” para ellas… es decir, hacerlas felices con la profunda, intensa, inamovible felicidad que Dios nos tiene reservada.” [1]
De esa manera debemos ser reconocidos por las personas que nos conocen, como hombres y mujeres que vivimos una vida virtuosa y no solo haciendo el bien ocasionalmente. Es precisamente lo que Dios espera de nosotros cuando nos convertimos en cristianos. Nuestra vida no puede ser la misma porque poco a poco debemos crecer en el camino de la salvación, y esto lleva de por sí un comportamiento virtuoso evidente. Como dice el apóstol Pedro, somos piedras vivas con comportamientos que hablan, con las cuales Dios edifica un templo espiritual que a su vez se vuelve más poderoso con las obras virtuosas que hacemos hacia los demás. Él escribe: “Por lo tanto, desháganse de toda mala conducta. […] Como bebés recién nacidos, deseen con ganas la leche espiritual pura para que crezcan a una experiencia plena de la salvación. Pidan a gritos ese alimento nutritivo ahora que han probado la bondad del Señor. […] Ahora ustedes se acercan a Cristo, quien es la piedra viva principal del templo de Dios. […] Y ustedes son las piedras vivas con las cuales Dios edifica su templo espiritual. […] Por la mediación de Jesucristo, ustedes ofrecen sacrificios espirituales que agradan a Dios. […] Pero ustedes no son así porque son un pueblo elegido. Son sacerdotes del Rey, una nación Santa, posesión exclusiva de Dios. Por eso pueden mostrar a otros la bondad de Dios, pues Él los ha llamado a salir de la oscuridad y entrar en su luz maravillosa. […] Procuren llevar una vida ejemplar entre sus vecinos no creyentes. Así, por más que ellos los acusen de actuar mal, verán que ustedes tienen una conducta honorable y le darán honra a Dios cuando él juzgue al mundo.” [2]
¿Los que nos rodean podrían decir que somos virtuosos? o que, ¿ocasionalmente hacemos acciones que expresan nuestras virtudes?
[1] C. S. Lewis (2006). Mero cristianismo. Editorial Rayo. New York, U. S. A. pp. 94-96.
[2] 1 Pedro 2:1-12 NTV (Nueva Traducción Viviente)
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